Los humanos, desde que nacemos, sabemos que vamos a morir, pero no tenemos muy claro el “cuándo”…. Así las cosas, emprendemos este viaje, pensando que somos un poco menos que eternos, con esa maldita manía del chileno de dejar todo para ese mañana que nunca se concreta… Salvo que te lleguen recordatorios feroces, como el que un grupo de amigos recibimos este fin de semana pasado, cuando supimos que una de nuestras amigas había perdido a su hijo atleta de 24 años, en un desafortunado accidente. Eso nos remeció a todos. A ninguno dejó indiferente y no dudamos ni un minuto en ponernos a su lado para acompañarla.
Hoy, 24 de junio de 2014, fueron sus funerales. Impresionante, por decir lo menos, lo que vivimos todos los que estuvimos allá. Como deportista destacado de su comuna y del país, fue mucha gente a presentarle sus respetos y a mostrarle su amor, a él y a su familia. Pasaron por el improvisado escenario todos los niveles con los que puedes establecer alguna relación: Autoridades, amigos, ex compañeros, su mejor amigo y siempre, su familia. Todos, todos, sin faltar ninguno, vino a honrar la memoria de un chico guapo, lindo de adentro, feliz, luminoso, sano e inocente, poseedor de un carisma tan grande, que inundó el lugar de amor y alegría. Esa misma de la que él había hecho gala estando vivo. Su madre (nuestra amiga) y su hermana se levantaban fuertes, valerosas y gráciles sobre este inmenso dolor, dándonos a todos una lección de fortaleza y unidad familiar sin límites. Y por la cantidad de gente que se encontraba en el lugar, pudimos percatarnos de lo tremendamente querido y respetado que era este joven angelical. A su breve paso por la vida, ya había dejado un legado poderoso de valentía, voluntad, fortaleza (rasgo familiar, sin duda) y de inmensa alegría por la vida y asombro por las cosas sencillas, esas que realmente tienen valor.
Independiente del dolor y la tristeza que nos remeció hasta la médula, de pie en un rincón, me puse a reflexionar sobre el magnífico legado de este joven deportista, grande y poderoso, como su nombre. Había enseñado lo que era tener voluntad aún más allá de la capacidad física, competencia sana y una existencia alegre y preocupada por su madre y su hermana. En esto último, me quedo con lo que dijo mi amiga: “Le enseñé a mis hijos que no basta dar por descontado el amor de los padres. Que por ser mi madre o mi padre, me quiere y ya. El amor, como cualquier afecto, se alimenta con actos amorosos y palabras cariñosas a diario. Se manifiesta al llevar un desayuno a la cama, que no es malcriar sino querer, en una palabra amorosa y en un “Buenos días mamita” y cerrar la conversación con un “te amo”. No importa como haya sido el día, bueno o malo, pero al día siguiente, siempre había un besito en la frente y un “mamita, te amo”. Eso era comenzar el día como Dios manda. Y los que nos conocen más de cerca, saben que es así lo que estoy diciendo…” Eso es lo que puedo recordar ahora, porque se grabó de manera profunda en mi corazón. Yo misma soy una firme creyente de eso, y trato de practicarlo siempre. No me resulta tan perfecto como a mi amiga, pero igual me funciona de vez en cuando…
Y así, de repente, me abstraje de lo que estaba pasando a mi alrededor para reflexionar sobre nuestro legado y el mío, en particular… ¿Qué iré a dejar yo cuando me muera? ¿Qué recuerdos? ¿Qué palabras? ¿Qué actitudes?... ¿Por qué me van a recordar mis hijos y mi nieta cuando no esté más?... ¿Irán a vivir de acuerdo a lo que yo les he enseñado?... ¿Se acordarán de cantar “Imagine” en mi funeral como majaderamente les he pedido?... Francamente, no tengo idea. Sólo lo sospecho… Pero si hay algo que tengo prístinamente claro es que la vida es ¡¡¡AHORA YA!!! Y que no puedo desperdiciar ni un solo día en el desamor y el enojo. Que no se nos pasen los días sin decir “te amo”, “perdóname”, “lo siento”, “en qué puedo ayudarte”, “cuenta conmigo”, “estoy aquí” y volver a decir “te amo”, “te amo”, “te amo”, “te amo” una infinidad de veces, hasta agotar, hasta que llegue el mensaje, hasta que te digan “¡¡¡Ya poh mamáaaaaa!! ¡¡¡No seas carganteeee!!!”… Prefiero agotar de amor que de desamor. Prefiero que mis hijos y mi nieta sepan cuánto los amo antes que tengan solo la sospecha… Y lo mismo pasa con mi círculo íntimo y cercano. Por eso, me gusta “estar allí”, cada vez que puedo, con gestos pequeños o tan grandes como yo pueda hacerlo. Espero que mi familia y mis amigos noten mi amor en los pequeños gestos diarios y en mi entrega de lo que sea que venga: Entrega de tiempo, de talentos, de cuidados, de actos… En fin, ¡Hay tantas maneras de expresar el amor!!! Pero lo más importante es HACERLO. Poner el amor en acción. Ya lo decíamos con mis amigas que fuimos a la ceremonia y al cementerio. Hay que poner el amor en acción y hacer “carne” los afectos, aunque cueste porque no somos replicantes, porque no sabemos cuánto vamos a durar… Porque nos podemos morir mañana, pasado, más rato, o a la vuelta de 10 años. Eso hoy no importa. Solo importa que cuando me vaya, recuerdes que mis últimas palabras fueron: “Mamita, hermana, hija, hijo, Ambar, familia y amigos: Te amo”…
Vaya este sencillo homenaje a mi amiga, a su valiente hija y a su hijo maravilloso. Fue un honor estar… Y ahí estaré, siempre, a pedazos, en recortes de tiempo, de ese tiempo que no existe y que es meramente humano. Para todo lo demás, está la eternidad.